| Descripción |
Las escenas de ambas caras son prácticamente idénticas: dos comastas vestidos con atuendos grotescos bailan afrontados, sus miradas concentradas en la acción y desorbitadas quizás por efecto de la danza y el vino. El pintor reitera el modelo del personaje joven, imberbe, situado a la izquierda, con cabellos largos recogidos y ceñidos por una diadema, y el de su compañero, situado a la derecha, un hombre barbado que sostiene el kéras, el cuerno para beber en la mano. Sus chitones, pintados de rojo, abombados en vientre y glúteos, se ciñen en las mangas, cintura y muslos. Sus movimientos son vivaces y flexibles, y es aquí donde se produce una sutil variación entre una cara y otra del vaso: en una de ellas el joven levanta la pierna izquierda, mientras que en la otra la dobla hacia atrás. Los movimientos de las piernas del comasta barbado son contrapunto de los de su compañero, pues la postura de los brazos de ambos personajes es siempre la misma en cada una de las caras de la copa.
Vaso e imágenes se unen aquí para trasladarnos al mundo religioso de la fiesta en torno a la bebida. Nuestros comastas se vinculan al consumo del vino, en el espacio agreste y vegetal que la escena dibuja, y en el ámbito del simposio al que está destinada la copa. Sin embargo, aquella relación tan estrecha con rituales de la fecundidad y de la germinación o con elementos prototeatrales que tenían los comastas grotescos corintios, sin perderse totalmente, ha quedado atenuada; aquel carácter demónico y satiresco se ha humanizado al convertirlos en figuras proporcionadas y con rostros de efebos atenienses. En todo caso, lo que la copa celebra es el poder transformador del vino, la euforia producida por la bebida, la irrupción de lo sagrado en la naturaleza y en el hombre, la comunicación mimética entre ambas esferas que la posesión divina facilita, y la ruptura de los límites.
|
